• Foto: S. Lozano

     

    22/01/1989 - ABC (Madrid) - Página 63

    DOMINGO 22- 1- 89 SANIDAD ABC. pág. 63 En memoria del doctor don Francisco Jiménez García. Hace pocas semanas falleció en Madrid el doctor don Francisco Jiménez García, fundador del Sanatorio de Nutrición. Nacido en Santo Tomé (Jaén) había cursado la licenciatura y el doctorado de Medicina en la Facultad de Madrid. Desde su época de estudiante mostró el doctor Jiménez García particular interés por el estudio de la diabetes, cuyo tratamiento había experimentado en aquellos años un cambio trascendental.

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    Manuel García López

    Hijo de Santo Tomé, y residente en Barcelona, narra parte de sus recuerdos que perduran a través del tiempo  con fuerza en su mente por inolvidables, ya que calaron profundamente y marcaron su vida, dado que el tiempo que aparentemente todo los aplaca, en su caso no lo ha conseguido sino más bien fortalecer esta experiencia única, de tal manera que Manuel a los 40  años de su etapa en el Servicio  Militar, volvió a ese lugar al que considera poco menos que sagrado. Se trata del Desierto del Sahara; su integración en el medio natural y su entrañable manera de convivir con un pueblo amable, sencillo, y humilde. El pueblo  saharagui,

     

    Cuando El Aaiún era español

    Se dejaron varios años de vida en un desierto hostil y hermoso. Ahora recuerdan ese país humilde y sin suerte que hoy padece el acoso marroquí

    10.11.10 - 00:15 -
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    Manuel García, natural de Jaén y residente en Barcelona, regresó al Sáhara Occidental en el año 2005. Veinticinco años antes, la mili le había tocado en África y se pasó un año entero en el desierto: había hecho la instrucción en El Aaiún, junto al mar, pero luego fue destinado al inhóspito puesto de Echedeira, justo en la frontera con Argelia. «Éramos dos panaderos y uno de nosotros tenía que ir allí. Los veteranos contaban historias terribles de aquel lugar. Le tocó al otro, pero se puso a llorar y se derrumbó. Así que decidí marchar en su lugar». Manuel no se arrepiente. Sufrió temperaturas imposibles («¡hasta 72 grados!») y tuvo que batallar contra las tarántulas que correteaban por el suelo y por las paredes de los barracones, pero descubrió un paisaje insólito y una población singular, que se le clavó en el alma como un machete. «Teníamos muy buena relación con los nativos. Por aquella época yo hacía juegos de manos y eso les encantaba. Me invitaban a sus jaimas a tomar té, a charlar y a conocer a sus familias». No era, desde luego, una vida fácil. Cuando el siroco arreciaba, los aviones no podían aterrizar y el campamento entero (63 personas) debía sobrevivir matando algún camello o alguna cabra para comer. «Pero, en cambio, el agua era buenísima», puntualiza Manuel: «Por allá pasaba un río seco, milenario, en el que estaban excavados tres pozos. Era sorprendente».
    Cuando Manuel García regresó al Sáhara, en el año 2005, vio con amargura que todo había cambiado. Sufrió controles policiales por todas partes y percibió una sensación general de angustia. Al llegar a la antigua Villa Cisneros, en el sur del país, le dijeron que acudiese por favor a visitar a un saharaui que había sido alférez del ejército español. «Fuimos a su casa. El hombre nos recibió con una alegría enorme y le ordenó a su hija: 'tráeme la maleta'. La tenía escondida. Cuando la abrió, entre lágrimas, nos mostró todos los documentos de su vida militar, su viejo DNI español y una bandera rojigualda. Entonces nos dijo que sólo quería hacer una cosa antes de morir: saludar a Ángel Pelechá». El tal Pelechá, un militar destinado a Villa Cisneros, le había ayudado a obtener un salvoconducto para viajar a La Meca, su gran ilusión. Eso sucedió en 1973. Desde entonces, aquel anciano saharaui le profesaba un agradecimiento sin límite.
    La historia de Manuel García ejemplifica la ligazón sentimental que muchos miles de ciudadanos españoles mantienen con el Sáhara Occidental; una antigua provincia española que fue descolonizada de cualquier manera en 1976 para caer en manos marroquíes. Manuel es uno de los administradores de la página web 'sahara-mili.net', que reúne miles y miles de fotografías de los soldados que fueron destinados a aquellos lugares remotos. «Entre nosotros hay una ligazón especial -reconoce Manuel-. Allá, en el Sáhara, el compañero de al lado era toda tu familia. Era tu hermano».
    Agua con sabor a sal
    A Felipe Sainz Blanco, de Bilbao, le toca organizar el IV Encuentro de Veteranos de la Compañía Mar del Sáhara, que se celebrará este sábado en la capital vizcaína. Junto a los viejos camaradas, Felipe podrá recordar entre carcajadas su viaje iniciático al desierto: «Fuimos en un avión militar desde Madrid. Nos dijeron que el aparato no podía subir a más de 3.000 metros y que tenía que pasar bordeando los picos. Nos advirtieron también de que no nos pusieramos todos del mismo lado porque entonces nos iríamos al suelo. Así que con aterrizar teníamos suficiente». Al llegar a El Aaiún, le sorprendió que los veteranos fueran en tropel a pedirles agua. Luego comprendió por qué: «El agua que consumía allá era desalinizada y tenía un sabor raro. Sabía a sal. Se notaba mucho, sobre todo al principio. Pero a todo te acostumbras».
    A Francisco Javier Peña, riojano de San Millán, le impactó el color: «A medida que nos acercábamos con el avión, veíamos todo rojo. La tierra, la arena... hasta el mar tenía una tonalidad diferente». Peña reconoce que se lo pasó bien en el Sáhara, con ese ambiente de cerrada camaradería, aunque ya entonces (año 1973) las cosas se empezaban a torcer: «Acababan de matar a Carrero Blanco y nos tocaba patrullar por las noches en el desierto, para defender el perímetro del campamento. Aún recuerdo cuando te nombraban. Estábamos acojonados. Cualquier ruidito te asustaba».
    «Y tanto», tercia desde Granada Antonio Funes. «Fíjate que alguno de mis compañeros, por miedo, incluso mató a un burro con una bomba de mano». Antonio, que estuvo destinado a El Aaiún del 73 al 75, publicó hace un año 'La voz del silencio', una novela sobre la descolonización del Sáhara. «El desierto se me quedó grabado. Cuando lo conoces, jamás lo olvidas. Subes a una duna y ves cientos de dunas iguales que se unen con el cielo. El atardecer es un momento tan sorprendente que no puede expresarse».
    Ni siquiera acierta a definirlo el gijonés Manuel Muruáis, que ejerció de maestro en El Aaiún durante ocho años (de 1966 a 1974): «Es un mundo tan distinto... Las noches del desierto dejan verdaderamente una impresión poderosa». Pero, por encima de accidentes geográficos y de postales pintorescas, Manuel siente todavía la huella de la gente. Aquellos jóvenes (y no tan jóvenes) saharauis que se matriculaban en la escuela con una ilusión de hierro: «Yo daba clases a niños y a adultos. Y todos me sorprendieron por sus enormes ganas de aprender, de preguntar, de saber... Creo que eso y su enorme hospitalidad fueron las dos cosas que más me tocaron».
    El cine Oasis y nómadas
    Manuel Muruáis vio crecer El Aaiún, que en pocos años pasó de ser un poblachón pequeño a una ciudad modesta y agradable, en cuyas calles, aún a medio asfaltar, se hablaba castellano con mil dejes diferentes. Un lugar que cautivó al valenciano Emiliano Checa, destinado del 72 al 73: «Me pareció una ciudad limpia y cuidada. Nosotros convivíamos con los lugareños sin problemas. Tengo fotos jugando con niños saharauis... Todo muy normal. Recuerdo que íbamos al cine Oasis y ahí estábamos todos juntos viendo películas en español».
    El Aaiún todavía preside las conversaciones del matrimonio alicantino formado por Francisco Alcaraz y María Teresa López. Ella vivió en el Sáhara nueve años porque su padre, militar, estuvo destinado allá; él se pasó 16 meses con las tropas nómadas españolas. «Allá los europeos éramos minoría», recuerda. Su unidad era motorizada, así que no tuvo que montar en camello, pero sí viajó en land rover por todo el desierto, hasta la borrosa frontera con Mauritania. Francisco confiesa la dureza de sus expediciones, con el agua justa y la comida racionada, pero subraya la camaradería: «Españoles y saharauis comíamos juntos, dormíamos juntos... había sintonía. Sólo discutíamos por la música. Nosotros éramos de Elvis Presley y ellos defendían a un tal El Sidathi».

     


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  • Foto:

    Grupo de niños catequistas en los años 1960

    Presiden el grupo el sacerdote D. Antonio Gómez y Dña Carmen encargada de impartir educación cristiana a la generación emergente en aquella época,  recordada hoy  con dulzura y nostalgia.

    Lo importante de la imagen es la situación, el reflejo de otra época, el contraste social pasado y presente. Los valores de las personas persisten en el tiempo.


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    Texto

    Queridos vecinos:

    Como decía el año pasado desde estas imismas páginas, estamos atravesando una época de dificultades e incertidumbres que nos están obligando a tomas decisiones con la responsabilidad que en estos tiempos nos permiten. Tenemos que hacer un frente común desde todos los ámbitos existentes tanto públicos como privados para salir cuanto antes de esta situación.

    Asumimos el compromiso de administrar los recursos públicos lo más ecuánime posible, estos tenemos que hacerlos rentables y que esta rentabilidad redunde en beneficio de todos los que vivimos e este pueblo.

    Nosotros desde la administración más cercana como es el Ayuntamiento, hemos puesto en marcha programas que generen empleo y riqueza, y reviertan en el bienestar de todos los vecinos de Santo Tomé. Gracias al segundo "Plan E" del Gobierno Central, en los próximos años nos permitirá crear más empleo y al mismo tiempo facilitar la vida a muchas personas con dependencia. Este proyecto consistirá en la ampliación de nuestra Residencia con otro Centro de cuidados a personas que necesitan ayuda. Estas instalaciones se encuentran actualmente en construcción y están junto al Centro de Salud de nuestro municipio.

    El equipo de gobierno que presido, no va a escatimar esfuerzos en buscar soluciones a los problemas que nos planteamos día a día, por que nuestro deber es trabajar planificar e innovar para conseguir un mañana mejor para todos.

    Quiero deciros que a pesar de todas las dificulatades tenemos que ser optimistas con el futuro y como la diversificación, el esparcimiento y la  convivencia forman parte de nuestras vidas desde niños, dejemos que la Feria nos envuelva por unos días en esa mágica ilusión de colores, fantasías y planes: Que sea el lugar de encuentra entre personas que no se ven en el resto del año y esta sea la ocasión para tomar una copa con ellos, charlar de la vida, recordar tiempos pasados y avivar la amistad y cariño que nunca debemos perder.

    Vecinos y vecinas de santo Tomé, desde hace muchos tiempo, del 23 a 27 de Septiembre de cada año tenemos una cita   ineludible con nuestra Feria y con nuestra Patrona La Virgen de los Remedios. No podemos faltar, hemos puesto mucho trabajo e ilusión para que todo esté a vuestro gusto, para que sean días de alegría e ilusión por que la feria de 2010 se vive una vez.

    Mi agradecimiento a todos los colaboradores anunciantes, feriantes, organizadores; sin vosotros la Feria no es posible. Gracias.

    A los tomeseños y tomeseñas que volvéis por estas fechas os agradecemos mucho vuestra presencia, a los que no podéis acompañarnos estas fechas recibid el cariño y afecto de vuestro pueblo que nunca os olvida.

    Como siempre mi deseo y el de toda la corporación es que seáis felices.

    Un Abrazo de vuestro Alcalde Francisco Jiménez Nogueras.

    Ayuntamiento de Santo Tomé (Jaén)  

     


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  • Foto: Revista setmbre. 2010

     

    Don Ignacio Plaza Rodríguez, (hermano del ínclito D. Manuel Plaza),  de 94 años de edad, ha conseguido por méritos propios un lugar en el campo de las letras con varios libros de narrativa histórica y poesía.

    Ha sido últimamente noticia en diferentes medios de comunicación de ámbito regional y nacional, por que a sus 94 años cursa los estudios universitarios de Historia en la Uned. Una espinita que quiere sacarse, pues él ya fue universitario cuando la II República  y contaba 20 años, cuando estalló la Guerra Civil.

    Su vida ha transcurrido de la siguiente manera:

    Natural de Santo Tomé, Ignacio Plaza estudió Bachillerato en Villacarrillo y Baeza, y Magisterio en en Jaén en 1934. Fue presidente de la Federación Universitaria de Estudiantes (FUE) una organización de índole político y republicano. Siempre pensó que esa militancia le acarrearía problemas con la pax romana de la postguerra. Como maestro fue destinado a La  Guardia, pero él optó por marcharse a Asturias. "Yo no había hecho nada, pero estaba significado por haber sido presidente de la FUE", comenta. Eso le llevó a abandonar difinitivamente las tierrras jiennenses, aunque siempre ha llevado a su pueblo Santo Tomé en el corazón. "Consiguí un certificado de buena conducta como maestro nacional y con él pude sacar unas oposiciones como Jefe del Servicio Nacional de Productos Agrarios, o "del trigo", el Senpa, donde mi expediente era uno más", recuerda. Con ese cargo fue destinado a Extremadura y allí conoció a la que sería su mujer y fijó su hogar en el pueblo cacereño de ella.Aldeacentenera, cercano a Trujillo. Allí monto una pequeña industriia de quesos de cabra que ha obtenido diversos premios. En 1951 publicó un libro de poesía, Oasis, pero fue a raíz de su jubilación cuando dio rienda suelta a su aluvión de creatividad literaria. Tiene publicadas dos novelas, En carne viva y El abate loco, y un libro de carácter histórico Un rincón entrañable de Extremadura, pues la historia es otra de sus pasiones. Ahora comenta ignacio Plaza tiene en capilla a punto de publicar otros dos títulos: Fernando III y los arraballes extremeños y la  novela corta El emigrante.


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